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El oléo se retuerce y se vuelve aire.

El celeste se estrella contra el blanco.

El pigmento resplandece y muta en fuego.

Llamas anaranjadas como troncos atardeciendo.

Las veladuras se acumulan y vibran como formas sin peso.

El óleo se ordena y se estructura como fractal de luz y sombra.

Botánica silenciosa.

Verdes azulados como ventanas sin cierre.

Textura untuosa de aceites vivos.

Nacen estrellas sobre océanos de cobalto y piel.

 

En las pinturas sanguíneas de Viviana Gaitán no hay ni arriba ni abajo ni adentro ni afuera. La sangre se torna clorofila carmín y el universo se ofrece como un reverso permanente donde las clasificaciones se tornan ridículamente inverosímiles.

 

Todas las noches debería llover, escribe la artista.

Un jardín te puede salvar, cree.

La pintura como rito, siente.

El taller como espacio de escritura íntima, vive.

 

Cartón, terciopelo, tela, papel. Todo soporte es compañero leal para erigir banderas eróticas repletas de pinceladas en danza cósmica. Pliegues contenedores de naturalezas impactantes e impactadas, centelleantes y cazadas, por una humanidad sedienta de noches y mares, pero también fragmentada por caprichos. Allí, la artista pinta como quien abre preguntas:

 

Qué corta el hilo vital

Qué interrumpe los sonidos del universo

Qué fomenta las desviaciones

Viviana Gaitán despliega la dialéctica entre lo geométrico, lo orgánico y lo humano reservando silencios sin tiempos, espacios de reposo alegres de filiaciones históricas y simpatías profundas, donde no hace falta contar para existir. Los colores transpiran emociones, la materia carga temperaturas. Su pintura resguarda la experiencia del pintar como fiesta existencial.

 

Una pintura te puede salvar, cree.

Pinturas como esmeraldas, hace.

Seres como esqueletos fantásticos de insectos alados, despliega.

Pinceladas como relámpagos, como ramas, como luz, como silencio, ofrece.

 

La pintura de Gaitán es un refugio donde ampararnos. Aun cuando todo se derrumba, siempre hay un espacio vivo al que llegar.

María E. Viña, Crítica de arte, Septiembre 2025

 

Texto de María Eugenia Viña

El ser humano y su entorno. Un gran tema que, paradójicamente, resume dónde está el acento en la obra de Viviana Gaitán. La naturaleza, ella toda, el continente del hombre, lo inmediato plasmado a través de un lenguaje con sólida base formal y conceptual en el expresionismo alemán de principios del siglo XX, el cual explota y astilla a posteriori, impactando en cantidad de manifestaciones estéticas. Una obra que guarda coherencia entre en su fundamentación –donde se proyectan esos lineamientos en la factura de trabajo- y donde más allá de los claros vaivenes que implica producir y trabajar en el tiempo y sus condicionamientos, mantiene un hilo conductor que permite reconocer la presencia creativa individualizada producto de la asimilación y reelaboración.

 

La presencia del otro, del referente que sirve de inspiración y debate, se hace manifiesto: Susan Rothenberg desde su imaginería figurativa, los juegos de luz y color, el hombre formando unidad con la naturaleza. Lo fragmentado de la representación, la pincelada vital, apurada, pasional que repercute en la obra de la artista y hace eco en su trabajo; capa sobre capa, hacer y negar, volver a hacer. Los troncos de Giuseppe Penone: ese hombre-tronco que se hace recurrente en la obra de Viviana y donde cada grieta de esa superficie encuentra correlación con las rupturas que presenta el ser del hombre. Nuevamente la fragmentación. Lo multifacético de Anselm Kiefer, la presencia del dolor, la versatilidad de los materiales, la paleta, la posibilidad de manifestar en la obra un tipo de expresionismo que mucho tiene que ver con lo poético y el trabajo de Paul Celan, otro importante referente desde la poesía.

Consultar, mirar, dialogar con las obras del otro para construir el propio discurso no hace más que aceptar, una vez más, esa fragmentación de la cual no se escapa. Las pasiones, el dramatismo, la terribilitá de un Miguel Angel haciendo escuela en los Románticos, los Expresionistas, los Neo Expresionistas, combinado con una factura que pone al lienzo en permanente tensión. Robert Rauschenberg, Cy Twombly, Georg Baselitz; la lista es enorme. La libertad en la pincelada, en el uso de los materiales como medio y otras veces como fin, el collage, el desafío de los límites. Y como ya no son una novedad desde hace décadas, es allí donde nace el desafío para el artista contemporáneo: reelaborarlo para que no sea una transferencia obvia.

 

La desprolijidad del gesto descontrolado conscientemente, la paleta restringida y sutil o violenta y contrastante, la presencia de la introspección, el error manifiesto, el pentimento en primer plano, el juego de los opuestos, la abstracción que se impone a una figura que puja por hacerse ver, o a la inversa, desintegrándose en las transparencias, las intensidades que convergen explosivamente generando un nuevo estadio siempre en conflicto como la expresividad misma, la imponente presencia del plano. Viviana Gaitán dice pintar para saber. Y creo que lo mejor que puede tener una obra de arte es generar justamente ese desconocimiento previo que provoca en el espectador –y en el artista mismo- la incertidumbre, el deseo por encontrar cierta comunicación entre él y la obra, la cual no es necesariamente comparte esa misma realidad y su entendimiento no siempre es factible. Y el saber se devela haciendo, o por lo menos se intenta. El artista encuentra haciendo, lo siente, fluye, algo pasa que provoca ese constante hacer y que no se agota en una respuesta o nadie volvería a pintar o esculpir tras su primera obra porque todo estaría respondido. En la obra de Viviana hay poco espacio para delimitar lo que se reconoce de la pura mancha. Sin embargo, todo se combina con sutiles momentos de racionalización que encausan esa pasión expresionista. Las obras tienen conceptos, tienen ideas, tienen fundamentos aun cuando el no-fundamento pareciera ser la regla de oro: esa es otra forma de fundamentar.

 

Armar la mesa de trabajo, elegir los elementos, los materiales, establecer la comunicación formal entre las partes, pensar en lo que se va a hacer, son todas instancias que conviven con la llegada al lienzo y el surgimiento de lo “incontrolable”.

El concepto de yo fragmentado remite ese desdoblarse del yo, típico de la era posmoderna, donde todo indicaría la necesidad de reconocerse uno mismo en el otro y en habilitar la posibilidad de la multiplicidad como condición sine qua non para sobrevivir. La era de la comunicación no hace más que seguir multiplicándonos, fragmentándonos. El artista del siglo XXI ya está acostumbrado a estos imperativos. Lo interesante, es cómo una obra logra, mediante un lenguaje de lo más tradicional como es la pintura –en medio de la variedad discursiva que ofrece el arte contemporáneo- y apoyada en un estilo como el expresionismo, con alta carga semántica e histórica que hay que saber manejar, logra amoldarse a las necesidades expresivas del artista para hacer un trabajo que armoniza con sus compañeros históricos pero no por eso deja de tener identidad propia, aunque también fragmentada, por supuesto. Fragmentos, expresión, texturas, color, gesto, sentimiento, entorno, hombre, paisaje, sentidos, reflexión: todas puertas de entrada a la obra de Viviana Gaitán.

 

 

Lic. María Carolina Baulo, Julio 2015

Viviana Gaitán - El YO Fragmentado

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